Friday, September 22, 2017

Los estragos.

Hoy, 22 de septiembre, pasé de nuevo por la zona cercana al colegio Enrique Rebsamen, colapsado el 19 de septiembre de 2017 durante el sismo que sacudió a la Ciudad de México por segundos que parecieron horas. 

 La abrumadora carga de información, al respecto de este punto en que la destrucción fue particularmente patente, y particularmente difundida, me hizo acercarme a quienes aún permanecen ahí. 

La situación ha cambiado mucho en en el transcurrir de 2 días y medio. Yo vivo a escasos metros de ahí, así que desde el 19 de septiembre pudimos ver la enorme, la incontable cantidad de gente, que se volcó a dejar ayuda en el centro de acopio, que se estableció en las banquetas, camellón y, finalmente, estacionamiento de la papelería Lumen que se encuentra en la esquina de Calzada de las Brujas y Canal de Miramontes. 

 No, yo no he visto más allá de este punto. No, no me he acercado a las labores de rescate, porque hoy más que nunca entiendo la importancia de no estorbar. No sé si existe otro punto en el que se esté haciendo acopio de bienes para ayudar en esa zona de desastre específica. En resumen: no sé mucho de lo que ocurre ahí. 

Nuestro acercamiento, mío y de mi familia, a ese esfuerzo, ha sido únicamente a dejar cosas que se han pedido en los medios como necesarias para continuar con las labores de rescate. Llegamos, dejamos lo que podemos, y nos vamos. 

 Para mí, al igual que para una enorme cantidad de mexicanos, la fuente de información sobre lo que está ocurriendo -o parece estar ocurriendo- han sido los medios de comunicación. Los tradicionales y los 'alternativos'. Y, si ustedes observaron sólo una de estas vetas de la información, tal vez tenemos versiones muy distintas de las cosas que ahí ocurren u ocurrieron. Por eso me acerqué hoy hasta ese lugar. 

Yo, igual que muchos, fui presa del drama con el que se llevó a cabo la cobertura de los intentos de rescate de personas atrapadas en el Colegio Rebsamen. Primero, por televisión. Al día siguiente, por redes sociales, encontrando puntos de vista muy contradictorios. 

Al final, todo se convirtió en un evento oscuro, lleno de huecos en la información, sin nociones claras de qué ocurrió. Al público no le quedó claro si sacaron o no a alguien, si ese alguien se sacó en un ambiente de secrecía y misterio por ser hijo o pariente de algún "importante", si en realidad no se sacó a nadie, si en realidad ya se había retirado de ahí toda la ayuda de civiles y el sitio lo había tomado completamente la Marina y el Ejército; si aún se buscaban víctimas, vivas o muertas, si los escombros remanentes ya se iban a demoler, hubiera lo que hubiera adentro... todo eso.

 Lo que parecía un esfuerzo conjunto, ejemplar, espontáneo y desinteresado, por salvar vidas, terminó siendo un embrollo en el que instancias muy visibles repartían culpas. amontonaban disculpas y se guardaban datos. ¿Qué pasaba? 

 Yo no soy reportero. Jamás lo he sido ni pretenderé serlo. Pero en la mañana, me acerqué. Quería saber. ¿Qué quería saber? No sé. Algo. Cosas. ¿Había civiles aún trabajando? ¿Había algún familiar de personas del colegio en los alrededores? ¿Había maquinaria pesada entrando a remover escombros?

 Me acerqué. Lo primero que vi fue que la presencia de personas con vestimenta civil se ha reducido al mínimo. El 19, 20 y 21 de septiembre eso era un hervidero de cascos, chalecos de voluntarios y pantalones de mezclilla. Hoy, vi uniformes. De policía, principalmente. Algunos del Ejército y Marina. ¿Civiles? 4 ó 5, únicamente en el Centro de Acopio. 

Aclaro que no entré más allá: No es posible acceder a la zona donde ocurrió el derrumbe. La policía resguarda la zona y no se puede pasar, a menos que uno sea residente del área o persona con alguna razón o labor específica en ese punto. 

 Ya ahí, tomé fotos. No sé para qué. Para asegurarme, tal vez, de que alguien más viera lo que yo veía. 

Me acerqué a un civil. Gerardo, decía su impermeable, escrito en un masking tape con plumón. En ese momento parecía estar solo. Parecía cansado. Tenía el rostro amable, de lentes, quemado por el sol. Le pregunté qué estaba pasando. Le dije que no tenía ninguna otra intención que la de saber si continuaban las labores de rescate. Si había aún voluntarios trabajando en la zona del derrumbe. Si había padres de familia en los alrededores. 

Me miró y empezó a responderme, con la voz apenas audible de quien probablemente ha pasado los últimos dos días gritando sin parar. Comenzó a explicarme, con gran calma y amabilidad, que ellos, los voluntarios civiles, únicamente estaban al cuidado de todas las donaciones. 

Al llegar al tema de quienes seguían trabajando en los escombros, era claro que no tenía una información definitiva al respecto. Comenzó a decirme que la Marina y el Ejército estaban en control de esas labores. Y que se seguía trabajando. 

Muy pronto me di cuenta de que la explicación que intentaba darme, no iba a fluir tan ágilmente. Cada 2 minutos, llegaba alguien a comentarle algo, a pedir algo. Comencé a poner atención a esos diálogos. Él caminaba e iba a responder preguntas y dialogar con quienes se iban acercando, porque desde distintos puntos le hablaban los otros pocos civiles que siguen en la zona. 

Me acerqué a una de sus conversaciones. Un hombre, con un paliacate en el cuello y casco, le contaba cosas que pasaban en Xochimilco. 

 - Allá se necesita mucho... nosotros estamos tratando de juntar gente, arquitectos e ingenieros que se junten en mi estudio... yo soy arquitecto... necesitamos gente que evalúe los daños allá. Hay muchos daños. En una parte hay una grieta, que se extiende por varios metros. Hay que seguirla, en esa zona y ver qué pasa ahí. La fisura atraviesa varias construcciones y el agua de los mantos freáticos ya subió por la grieta hasta las casas. Hay casas en las que la planta baja ya se inundó. No por la lluvia, sino por el agua que viene de abajo. Necesitamos revisar eso y muchas otras zonas, pero bien. Ayer hablé con el pendejo del Delegado de Xochimilco. Están rebasados y no están haciendo las cosas bien. La gente de Protección Civil de la Delegación va y te va diciendo qué casa está bien y qué casa está mal casi sin detenerse. No hay revisión. Ahí en las grietas, hay que hacer una cala. Hay que revisar hasta donde llega el hundimiento. La gente no tiene que comer. Ayer había un río de gente, formada para recibir una torta que trajo la gente como donación. La gente no tiene agua. Y la ayuda está llegando poco y mal. 

 Gerardo, con ánimo calmado, trataba de preguntar. 

 - Y esto...

- Yo quiero llevar cosas en mi camioneta, quiero juntar a la gente que sepa, que puedan revisar. 

 - Entiendo, pero me diste toda esta introducción y... ¿cuál es el punto? ¿qué requieres? 

 En ese momento se acercó otra persona: 

 - Gerardo, te buscan. Esta persona quiere llevarse víveres y herramientas para Morelos. 

 Gerardo volteó y, con ese ánimo calmado y voz de hilo, comentó: 

 - No puedo dar nada, perdóname. Somos centro de acopio, no de distribución. Lo que recibimos aquí, se recibió para apoyar las labores de rescate del Colegio Rebsamen. Así nos lo dio la gente. Tenemos que mantenerlo aquí, porque las labores van a continuar por varios días. 

 El muchacho que llegó a pedir las cosas, comprendía: 

 - Te entiendo. Nos estamos moviendo a todos los centros, queremos llevar lo más posible en un sólo viaje. 

 - Sabemos que en el centro que tienen en la UNAM, sí están entregando apoyos para otros lados, pero te piden un documento del gobierno, en el que se diga quién eres y en qué vehículo te vas a llevar las cosas, y para donde van. -respondía Gerardo- Puedes ir allá y te dicen bajo qué condiciones y requisitos se pueden llevar algo. Ha habido muchos robos. 

 - Sí, ya lo sabemos. Ayer llevamos cosas, y un camión completo de agua, que se cargó en un Centro de Acopio. En el camino, en la carretera, el camión cargado de agua, se desvió. Sólo lo vimos irse, nadie pudo darse la vuelta. Se perdió y nadie sabe a dónde se fue. Y varios han hecho cosas así, con víveres y herramientas. Te entiendo. No te preocupes. Vamos a buscar en dónde más se puede conseguir algo. ¡Gracias! 

Y se fue. Gerardo regresaba entonces al arquitecto que continuaba ahí. El arquitecto explicaba de nuevo: 

 - Es que, si vamos a través de la Delegación, en Xochimilco, nos van a tener ahí esperando hasta la 1 ó 2 de la tarde, nosotros queremos llegar ya allá y empezar a trabajar. En la Delegación nos van a tener esperando...

 De nuevo, Gerardo respondía con calma: 

- Mira, como le dije a la otra persona: nosotros somos Centro de Acopio, no de distribución. No podemos dar cosas de aquí para que las lleven a otro lado. Lo siento. 

- Está bien, te entiendo, no queremos molestar. Si no se puede aquí, vamos a otro lado. 

 Había frustración y enojo en la voz del arquitecto. Pero se fue de ahí, sin insistir más. Yo seguía parado, viendo, y Gerardo me volteaba a ver, como si quisiera seguirme contando qué pasaba, o como si quisiera que ya me largara y dejara de ser una interrupción más a su trabajo. No lo sé. Pero siempre fue amable conmigo. De nuevo se volvió a mí, y comenzó a contarme. 

 - Es que no podemos entregar nada. Nos lo dieron para ayudar a estas labores. Probablemente empieces a ver en redes o en medios que el Centro de Acopio de Miramontes y las Brujas no está dando nada. Que no estamos cooperando. Pero es por esto. Tenemos mucho personal de la Marina y el Ejército que están trabajando. El Alto Mando a cargo, es de la Marina. Ellos llegaron primero, la Secretaría de Marina está muy cerca. Y por eso ellos tomaron a su cargo las labores. Desde ayer, sólo ellos están en la zona del derrumbe. ¿Tú qué necesitas saber? 

 - Qué está pasando, nada más - le dije yo - ya sabes, entre lo que vimos en las televisoras y lo que se difundió en las redes sociales, la confusión fue mucha.

 - Sí... las televisoras. - hizo una pausa, y su rostro y su voz mostraron amargura- todo eso nos ha afectado mucho. Y lo de las redes sociales, nos ha afectado un montón. De verdad. Cada quien difunde la primera información que le llega y cree que esa es toda la verdad. Pero no, las cosas aquí han sido muy complejas. 

 - ¿Pero siguen trabajando? 

 - Sí. Ellos. Marina y Ejército. Ya no estamos muy al tanto de qué labores se están haciendo, pero se sigue. También hay mucho daño en las casas de todos los vecinos. Eso no se ha visto. Por eso también estamos apoyándolos con agua y alimentos. Las cosas que claramente no necesitamos, las estamos soltando sin ningún problema. Por ejemplo, alimento para perros, nos llegaron muchísimos kilos. Ahorita aquí no hay perros que lo necesiten. Los perros entrenados para rescate no comen eso, a ellos se les ha alimentado con otros alimentos, especiales para el trabajo que hacen. Ellos no comen lo que se ha donado, su comida la traen quienes vienen con ellos. Entonces, hemos estado dando esa comida a quien nos lo ha pedido Se han llevado ya mucho de eso. Pero ha habido también mucha gente que se acerca y pide y después nos enteramos que no la llevan a ningún lado. Se la están robando. Por eso también el cuidado. 

 - ¡Gerardo! - Se acercó una muchacha- nos piden ponerle el letrero de "Vehículo Voluntario" a este coche. Trae a los expertos griegos que van a revisar la zona. 

 - Pero no van a poder entrar... es decir, yo no puedo darles la entrada. Eso lo da la policía y el ejército. 

 - No, los expertos ya están adentro. Ya pasaron, están revisando. Sólo le vamos a poner el letrero para que se puedan acercar hasta aquí en los próximos días y que permanezca aquí el coche con el chofer, en lo que los técnicos revisan. 

 - ¡Ah! ¡Ok! Entonces ponle el letrero al coche. La dama sacó un marcador para vidrios. De color blanco, de esos que parecen cera líquida para zapatos. 

 Me preguntó: 

 - ¿Eres hermano de Gerardo?

 - No, no soy su hermano - le dije riendo.  

- Pues se parecen. A ver, tú que estás alto, ayúdame a ponerle el letrero, porque yo no llego. 

 - No sabes lo que estás pidiendo, tengo la peor letra del mundo. 

 Me entregó el marcador. 

 - Señor, bendice su mano para que lo que escriba se entienda. Ya. Ándale, ahora escríbele: "Vehículo Voluntario".

 Lo intenté. Tuvimos que borrar dos veces. Quedó horrible.

 - Bueno, pues sí se lee. ¡Gracias! 

 En ese momento, otras personas, con cascos y chalecos, se habían acercado a Gerardo. Parecían estar discutiendo. Uno de ellos, le decía: 

 - Es que el Centro de Acopio no es sólo para el colegio. Necesitamos llevarnos cosas a Morelos, allá lo necesitan más. Tienes aquí palas, herramienta que les donaron, que allá hace falta. No son tuyos. No son del Colegio. Son de los ciudadanos. Entréguennos una parte. 

Gerardo, de nuevo, respondía: 

 - Es que no sólo es el Colegio. Es toda la zona. A nosotros nos entregaron esto para ayudar en esta zona. Ayer llevamos cosas a los derrumbes que están por aquí en Coapa. Sí se está ayudando.

 El otro, vehemente, replicaba: 

 - ¡Pero la gente de Coapa no puede compararse con la gente de un poblado de Morelos! ¡El nivel económico es muy distinto! ¡Allá se necesita más! Las cosas no son tuyas. ¡No hagan pequeños cotos de poder! 

 Gerardo intentaba guardar la calma. En realidad, no tenía voz para elevarla como el otro. Juntaba las manos como orando y acompañaba con ellas su discurso. 

 - Pero es que este es centro de acopio. La gente llegó a dejarlo aquí, para ayudar a esta zona. ¡Los trabajos van a seguir por muchos días! Y los vecinos también necesitan apoyo. 

 - ¡Pero allá se necesita también! Si acá se les termina, pueden volver a pedir ayuda... 

 Varios ya rodeaban a Gerardo. Otros de los voluntarios que estaban con él, también se acercaban. Uno de ellos, que medio vio lo que estaba platicando yo con Gerardo, se me acercó, y con mucha amabilidad, me dijo:

 - Oye, ¿terminaste de hablar con Gerardo? Si quieres, yo te ayudo, tú dime qué necesitas, o qué quieres saber, ¿te podemos ayudar en algo? 

 - Nada. En verdad, nada. Quisiera ayudar, preguntar y saber muchas cosas, pero sólo les estoy estorbando, ustedes tienen cosas más importantes que hacer y qué discutir. Yo ya me voy. ¡Gracias! 

 Y me fui. No pude quedarme ahí, con mi cara de imbécil y mi saquito y pantalón de mezclilla de burócrata en viernes. No estaba ayudando en nada. Ya habían pasado 40 minutos desde que llegué y pregunté. No averigüé mucho. Pero lo que vi, me dejó pensando. Con más preguntas de las que tenía en el momento en el que llegué.

 De verdad, no me atrevería a decir quién tenía razón y quién no, en la discusión que se estaba dando cuando yo me alejé del lugar. En mi opinión, ambos tenían posturas muy válidas, y la desesperación y cansancio en ambos lados de esa discusión, era patente. ¿Existe algún criterio definido para situaciones así? ¿Lo conocemos? ¿Lo conoce alguien? Muchos podrán decirme que "el sentido común dice que..." pero, de verdad, creo que no hay un "sentido común" en todo esto. Los civiles que están apoyando en este tipo de labores, llegaron a ellas con el corazón y la entrega de quien se avienta al desastre tratando de ayudar. Algunos de ellos, han ido tomando "puestos" o posiciones -probablemente no solicitadas- que los obligan a tomar decisiones. ¿Bajo qué criterios? Los que ellos creen correctos. Exigirles o demandarles actuar de un modo o de otro, sería injusto, creo yo. Lo que yo vi, lo dejo aquí para reflexionar sobre lo que nos está pasando. 

Somos entregados, somos desprendidos como sociedad. Nos volcamos y ayudamos como podemos. Tal vez nos falta seguir aprendiendo cómo hacer que esta ayuda no se convierta en un problema. Hay que saber que esto es tan sólo el inicio de un largo camino. La ayuda se va a requerir por meses. El número de personas cuyos hogares quedaron inhabitables, es muy grande. Todas ellas requerirán una ayuda que no podemos permitir que se agote en una semana o dos. Su necesidad no termina ahí. 

 Creo que la primera gran prueba de todo ello, la tendremos el lunes próximo. El lunes 25 de septiembre regresaremos 'oficialmente' a una vida normal que no será normal. Porque seguirá habiendo personas atrapadas y personas sin casa. Pero todos regresaremos a ese día a día citadino que requiere llevar hijos a la escuela, llegar a trabajos y lidiar con muchas cosas que, en el mejor de los casos, no incluirán la muerte de un familiar, la pérdida de un hogar o estar atrapados bajo los escombros. Seremos los mismos de siempre, y escucharemos las noticias dos veces al día, para saber "cómo va todo". Yo espero que no se nos haya acabado, para entonces, el combustible de la ayuda. 

 También entendí que la buena voluntad también se tropieza. La buena voluntad también comete errores. La buena voluntad también necesita ayuda, de quien sepa o de quien crea saber, para actuar correctamente. Dicen que no solamente es malo el mal, también puede ser malo el bien mal hecho. Tal vez sea cierto. Exigir o suponer que la zona a la que yo quiero ayudar es más importante o requiere más que otra, es algo que, en verdad, yo no sabría definir. 

Si alguien tiene respuesta a estas preguntas, por favor, no me las digan a mí. Vayan y díganlas en donde hace falta. En donde hay personas con la mejor voluntad del mundo, discutiendo para llevarse o no dejar que se lleven herramienta y víveres. 

 Otra cosa: es importantísimo donar. Pero también es importante comenzar a ver y a cuestionar a quién se le está donando qué y para qué. Vigilen, pregunten, traten de saber que lo que están donando no va a acabar en las manos de alguien que lo va a aprovechar para su beneficio. En pequeño, o en grande. Es frustrante pensar que lo que los ciudadanos están dando vaya a terminar en manos de un cabrón sonriente que días después lo repartirá asegurándose de que haya cientos de fotos de cada apoyo entregado, y con ello limpie su imagen y conciencia de gobernante o político incapaz. Creamos en las instituciones, pero también sepamos cuestionar y señalar cuando esas instituciones se estén aprovechando de lo que estamos dando.  

Y ya. Es todo lo que se me ocurre decir esta tarde. No sé. No puedo decir mucho más. Sólo agradecer el estar bien y sin pérdidas de vidas ni bienes materiales. 

El temblor fue fuerte, muy fuerte. Demostrar que nosotros somos más fuertes que eso, es el reto. Si nos destruyó la Ciudad, no puede destruir nuestra confianza entre nosotros. 

Seamos listos para tratar de no dar ayuda a ladrones, de cuello blanco y de cualquier otro cuello. En verdad, me parece igual de despreciable el político que el ciudadano de escasos recursos que se roba algo en una situación como esta. En ninguno de los dos casos, se vale. 

 En fin. Dejo aquí este desahogo. Gracias por leerlo.