Tu jardín huele mal. Ya llevas tiempo percibiendo ese olor. Tienes la sospecha de que tu vecino está involucrado en el asunto, pero no estás muy seguro de cómo o en qué grado es responsable. Y el olor persiste. Cada vez se va haciendo más intenso y ahora ya no es esa vaga peste a caño que detectabas esporádicamente hace pocos meses. Ahora es un continuo y penetrante olor a mierda.
Mientras tanto, el vecino te sigue mostrando esa sospechosa sonrisa que ya se te ha convertido en una obsesión. Una o dos veces le has preguntado (después de revisar trescientas veces tu propia casa) si no tendrá algún problema en su sistema de drenaje. Él, seguro y amable, te indica que no, que no hay ninguno. Y sigue sonriendo.
Hasta que llega el día en que estás harto. Decides que no puedes más y emprendes una acción un tanto irreflexiva, tras meses de no visualizar otra solución. Vigilas el momento en que la casa del vecino se encuentra sola y, sabiendo que violas la ley, te introduces furtivamente en ella. Bajas hasta el sótano y te encuentras con lo que sospechabas: toda su instalación de drenaje desborda, por debajo de la tierra, directamente hasta tu jardín. Y, ya habiendo emprendido esta temeraria acción, te permites de una vez revisar algunos cajones del sótano, en donde encuentras que el dinero y los planos para construir el drenaje se los prestó tu otro vecino, aquel un tanto gritón y raro que usa una anticuada boina roja. Sí. El mismo que hace un par de semanas se había ofrecido a ayudarte a resolver el problema del olor a mierda en tu jardín.
Tras esa cascada de descubrimientos, emprendes la retirada del lugar, no sin antes dejarle al vecino una nota en la que te disculpas por haber ingresado de esa manera en su propiedad.
En cuanto se conoce el hecho, tus dos vecinos se apostan con escopetas a las puertas de tu casa.
Lo anterior puede parecer un reduccionismo muy simplista de una cuestión tan compleja como la que se está viviendo en estos momentos entre Colombia, Ecuador y Venezuela. Y, sin embargo, para mi explica la idea general de lo que está pasando allá. Y lo que está pasando me preocupa, me preocupa muchísimo.
Quiero, antes que nada, pensar en que todo este conflicto que se ha fraguado en esta zona de América Latina, se encuentra muy ajeno al sentir y pensar de la gente que habita en los países involucrados. Que, si bien todo gobierno es un representante del pueblo que lo llevó al poder, sus acciones no reflejan necesariamente la opinión generalizada de los gobernados. Es por ello que considero importante expresar una crítica a las acciones, mas no a los pueblos, y es una crítica que se convierte más bien en un llamado de auxilio que realiza alguien desde otra región de esta latinoamérica ya tan golpeada por la violencia y que, precisamente, lo último que necesita es eso: más violencia. Sólo los pueblos podrán, desde dentro, detener o intentar oponerse a las acciones y decisiones que toman sus gobiernos. Sólo tú, que estás leyendo esto desde cualquiera de los países en conflicto, puede hoy levantar la voz en contra de lo que, al menos a mi, me parece una insensatez y una barbarie.
Cierto es que prácticamente ningún conflicto social está motivado única y exclusivamente por un ánimo belicoso injustificado o movido por intereses oscuros y de coptación del poder. Existe, siempre, un caldo de cultivo motivado por situaciones de pobreza y subdesarrollo social, en el cual incuba el germen de los grupos radicales que, con fundamento en una muy legítima causa de terminar con la pobreza y abandono, terminan conviertiéndose en brazos armados o conformando guerrillas.
Ok, bajemos. Puede que Colombia, a lo largo de años y años de gobiernos que pecaron de olvido social y muchas otras sacrílegas y condenables faltas (faltas de las que, seguramente ni carecieron ni carecen actualmente los gobiernos de Ecuador y Venezuela), haya contribuido a incubar en su territorio grupos armados como las FARC. Algo parecido ha ocurrido aquí en México con el EZLN y el EPR. Cada gobierno que se encuentra con grupos de este tipo en su territorio, suele que tomar una actitud que no debe irse ni a uno ni a otro extremo: ni puede lanzarse a una aniquilación sistemática y total de un grupo disidente, ni puede permitirle que tome el país entero. Se tiene que llegar a un cierto estado de semi-represión y semi-tolerancia. Si es que eso existe. Ahora... el hecho de que el gobierno un país extranjero esté atizando el fuego que llevas años tratando de mantener controlado, creo que es inaceptable.
Me molestan mucho las declaraciones, tajantes y plenas de un orgullo patrio telenovelesco, que han lanzado a lo largo de la semana los mandatarios de Venezuela y Ecuador. "Llegaremos hasta las últimas consecuencias... repito: HASTA LAS ÚLTIMAS CONSECUENCIAS" dijo el presidente ecuatoriano. Discúlpenme, pero si las últimas consecuencias son que latinoamérica se joda, mejor que se joda él. Aquellos que ven en la guerra algo que los engrandece o que no saben defender su mal llamado nacionalismo de otra forma que no sea la del machito de barrio, ya me tienen cansado. Si lo aborrezco en un vaquerito montaperros como lo es George Bush, más lo aborrezco en alguien que dice estar del otro lado del paradigma ideológico que promueve las guerras preventivas y las invasiones por si acaso.
Aparte, pareciera que el poder de pronto vuelve ciegos, sordos y genera Alzheimer en algunos hombres. Una guerra en una zona con tantos problemas de desarrollo no sólo traería la miseria y el dolor a sus pueblos, sino que sería el pretexto perfecto para que el gobierno norteamericano, llámese Míster Bush o quien sea, aludiendo su destino manifiesto de ser el policía del mundo, entrase a la zona a calmar los ánimos.
La posición del gobierno de Ecuador me parece, cuando menos, oportunista y mezquina. De Hugo Chávez, no sorprende. El señor sigue enfrascado en su eterna labor de anunciarle al mundo que él es el que la tiene más grande. Como se haría en cualquier cantina. El problema es que en una bravuconada de cantina no hay mujeres y niños esperando a morir en medio de una guerra, ni hay una superpotencia esperando el menor pretexto para abalanzarse sobre la cantina.
¿Qué no recuerdan la historia reciente? Pregúntenle a Panamá, cómo le fue con la invasión provocada por los desplantes de perdonavidas que se daba el General Noriega. ¿Cuánto fue? ¿Un año? ¿más, menos, de ocupación militar norteamericana?
Por eso, me imagino que Hugo Chávez es el mejor amigo de Bush. Porque sólo está poniendo la mesa para que tenga pretexto de entrar, como se ha hecho ya en todo el mundo, incluida latinoamérica, a restablecer un orden mundial que sea acorde con sus propios intereses. Muchos dirán: ninguna superpotencia necesita pretextos para joderle la vida a los países pequeños y, de hecho, llevan siglos haciéndolo. Cierto. Pero también es cierto que la opinión pública, manipulada y todo, ha ganado peso y, en especial en Estados Unidos, a nadie le gusta quedar como el malo de la película. No en vano el cine de Hollywood ha promovido ya durante bastante tiempo la imagen del buen vaquero, del buen militar, del noble héroe que solo mata porque existe una causa justificada de por medio. Aunque se tengan que inventar armas de destrucción masiva para tal efecto. Pero convertirse en el Saddam Hussein de latinoamérica, con petróleo abundante, boina y todo lo demás, no es más que hacer una invitación abierta a que el señor feudal se siente a la mesa.
Dejémonos de estupideces. Latinoamérica no necesita más conflictos de los que ya tiene. Que Hugo Chávez vaya a hacerle favores a su mejor amigo en otro lugar, en el que no nos fastidie la vida a todos.
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