DÍA DE PERROS
Mi hermana fue la responsable. Casi debería decir "la irresponsable" de invitarnos al evento al que asistimos ayer domingo, por la mañana. En su primera llamada de invitación, hace casi un mes, me mencionó algo así como que se trataba de una exposición de fotos de perros, de alguna organización a la que pertenecían ella y Eduardo, su esposo. Recuerdo vagamente que mencionó que ella y Eduardo eran "padrinos" de Huitlacoche y de Tuna. En ese momento pensé en que yo alguna vez he sido padrino de Bautizo, de Anillos, de Arras y cosas así, pero jamás de Huitlacoche o de Tuna. Pero claro, este es un país libre y uno puede tener padrinos para lo que sea, me dije finalmente, en un claro ejemplo de apertura y tolerancia.
Conforme se fue acercando la fecha acordada, mi hermana nos fue revelando, poco a poco, detalles inquietantes del evento: "hay que enviar los datos del coche, y los nombres de quienes van a asistir... ¡ah! y ese día hay que vernos en el Deportivo Xochimilco para de ahí salir en caravana hasta el lugar del evento". Yo me preguntaba si todo ello era necesario para asistir a una simple exposición de fotografía. Mis sospechas subieron de tono cuando me dijo que no me preocupara por llevar nada, que ellos llevarían el costal de comida. "¡¡¿Costal?!!" "¡¡¿de comida?!!" Mi mente me sugería que el brindis y los canapés posteriores a la inauguración de la muestra fotográfica, iban a estar un tanto salvajes.
Finalmente, el sábado anterior al evento, es decir, el pasado sábado 20 de marzo, me llegó un correo de parte de dicha asociación, en el que me pedían confirmar nuevamente nuestra asistencia y me daban a conocer una serie de disposiciones y reglas para asistir al lugar. Las reglas eran diez o doce, muy específicas, pero en realidad sencillas de cumplir. Igualmente, me confirmaban la hora de la cita: 9:30 a.m., en el ya mencionado Deportivo Xochimilco.
Así entonces, sin mucho preámbulo o antecedentes de por medio, el domingo 21 de marzo llegamos, un tanto desmañanados, a la cita. Nos formamos en la caravana, que paulatinamente fue aumentando de longitud hasta llegar a 12 ó 15 automóviles. Poco después de las 9:30 arrancamos con rumbo a un lugar que desconocíamos. Recorrimos parte de la Delegación Xochimilco hasta adentrarnos en algunos de esos pueblos rurales que también forman parte de este monstruo urbano llamado Ciudad de México. Es ese campo mexicano, tan ajeno a algunos de nosotros, que ha sido engullido por una insaciable bestia citadina que sigue empeñada en crecer, aunque ya no tiene a dónde. Continuamos la lenta caravana por calles y callejuelas, subiendo cada vez más, perdiendo poco a poco el entorno de concreto y asfalto hasta adentrarnos en una zona de montaña y bosque ralo. No fueron más de 20 minutos, lo que invertimos en nuestro recorrido. Al final llegamos a un paraje enclavado en el pueblo de Santa Cecilia Tepetlapa -aún dentro de la Delegación Xochimilco- y estacionamos los autos para caminar un poco más a orillas de la carretera, sintiéndonos contentos de haber escapado de la ciudad, sin haber salido de ella.
Fue así como entramos a Milagros Caninos.
¿Qué es? Milagros Caninos es eso: un milagro. Fundado por la señora Paty Ruíz, es un sitio que ha dado cabida y refugio a dos especies tan olvidadas como cercanas a la raza humana: perros y burros.
Al llegar uno encuentra un lugar que tal vez en algún momento fue casa de campo o espacio de recreo. Sigue siendo un sitio muy bonito, con muchas áreas verdes y algunas construcciones. Pero su metamorfosis es evidente: sembradas aquí y allá se encuentran largas hileras de casitas plásticas de colores. Su alineación, su limpieza, su buen estado, dan un informe inmediato a quienes visitan el lugar, dejando claro que ahí realmente se procura cuidar, crear un hábitat digno, aseado, apropiado para los habitantes principales del lugar.
¿Y quiénes son ellos? Como lo dije antes: perros y burros. Sus historias son las historias de aquellos que han sufrido por la incomprensión, el olvido y la crueldad deliberada de ese a quien llamamos "ser humano". Pero también son las historias de quienes hoy se encuentran mejor, y que no ponen reparos ni quejas a la vida que llevan, porque han encontrado que la humanidad tiene muchos rostros, y que entre esos muchos que no ven y no escuchan el sufrimiento de los que "no piensan", existen algunos que ponen sus ojos, su corazón y sus manos dispuestas a trabajar para reparar un poco el daño causado.
Quisiera contarles unas pocas de estas historias. No para aburrirlos. Ni para entristecerlos. Tal vez, para que piensen un poquito. En lo que somos y no somos. En lo que hacemos y no hacemos. En aquello que, tal vez, podemos hacer.
Primero, quisiera despejar la duda acerca de los extraños padrinazgos de mi hermana y su marido. Ya en el lugar encontramos que Huitlacoche y Tuna, existen. Bueno, debo decir que a Tuna en realidad no la vimos. Digamos que se nos perdió entre la masa. ¿por qué? Porque son 128 perros los que habitan ese increíble lugar. Sí, ciento veintiocho (en número y letra, para que se entienda bien). Sería maravilloso que fueran muchos más, pero de eso hablaremos más tarde.
Porque al que sí encontramos, fue a Huitlacoche.
Huitlacoche es un labrador, de color negro profundo. Su vitalidad, el brillo de su pelo y su aspecto en general me hicieron de inmediato visualizarlo como ganador en cualquier concurso canino al que pudiera llevársele. Un animal de belleza y porte extraordinarios. Llegó a Milagros Caninos cuando era un cachorro de 3 ó 4 meses. Alguien había tenido el delicado gesto de arrancarle ambos ojos, y en ese estado fue como lo encontraron. Se le curó. Se le cuidó. Hoy es un animal, como ya lo dije, muy bello, y que parece muy feliz. Lleva en su rostro el recuerdo de que alguien, alguna vez, no sintió la misma ternura que nosotros sentimos al mirarlo. Pero sigue correteando y jugueteando, respondiendo con el fuerte látigo de su cola a las palabras amables y a las caricias que le dan los visitantes. ¡Ah! Y claro, a las botanas con las que la mayoría llegamos armados hasta la sección del santuario en donde él habita. Pero no, no son botanas cualquiera. Son botanas especiales para perro, porque ante todo se busca cuidar su salud. Es parte de esas reglas que yo les mencionaba al principio, que son muy precisas e importantes para todos los que acuden a las visitas guiadas que Milagros Caninos organiza cada mes. Si algún día llegan a ir (espero, de corazón, que lo hagan), síganlas, respétenlas y disfrútenlas, porque es parte de la idea del lugar. Es evidente, eso sí, que Huitlacoche recibe mucha de esa botana, y que debe usar algo de su corpulencia para asegurarse sus raciones de comida y, tal vez, algunas raciones extras de algún otro perro que se descuide. Parece un bóiler negro a cuatro patas. Ciego a la luz, pero no a la bondad de quienes lo han tratado con cariño.
La verdad es que yo siempre cometo errores cuando escribo acerca de algo que toca mis emociones profundamente. Olvido la secuencia, la cronología de los hechos, la claridad en las explicaciones. Así que ahora regreso un poco sobre mis pasos, para darles una idea de lo que encontramos cuando visitamos el santuario, intentando respetar el orden en el que vivimos la experiencia.
Al llegar a la entrada, ya nos esperaban algunas de las personas que forman parte del heroico grupo de voluntarios de Milagros Caninos. Ahí, nos dieron algunas indicaciones y comenzaron a vendernos las bolsitas de botana para perros, que tuvimos con nosotros durante toda la jornada. Ya desde ahí, en la entrada, encontramos perros. Uno de ellos era bastante hábil y gandallón, y logró robarle las bolsitas de botana como a cuatro de los distraídos peregrinos que participamos en esa especie de posada primaveral. En cuanto uno cruza la primera puerta, la masa de criaturas peludas a su alrededor se multiplica abrumadoramente. Son los primeros 10 ó 15 perros, de todos los tamaños y aspectos que puedan imaginar. A la izquierda de esa entrada, está una estatua, en bronce, de un perro flaco, de orejas gachas, que mira al piso en actitud temerosa. Es el "Monumento al perro callejero". Junto a ese monumento, la Sra. Paty Ruíz, megáfono en mano, nos dió la bienvenida y nos explicó algunos datos del lugar. Nos contó que esa estatua es una réplica de otra que hay en Avenida Insurgentes, y que yo jamás he visto. A los perros callejeros solemos ignorarlos, hasta cuando son estatuas de bronce de casi dos metros de altura. Un poco más allá, detrás del montículo desde el que Paty Ruíz nos hablaba, estaba el cementerio del lugar. Nos invitaron a pasar para ver las muchas, pequeñas lápidas de los habitantes que ya se les han ido. "Princesa", "Popeye", "Torito", son algunos de los nombres que aparecen. Paty nos hablaba de la necesidad de ampliar el cementerio, y de construir un horno crematorio en un segundo santuario que tienen en algún otro lugar de la ciudad, que no recuerdo. Pero, aún no han conseguido ni los fondos ni el permiso necesario de la Delegación para construir ese horno. Si alguien de quienes leen esto creen poder ayudar con cualquiera de estas dos necesidades (fondos o gestión del permiso), háganlo, por favor.
Luego de eso, pasamos a una zona que solía ser cancha de tennis, y que ahora es el área de algunos de los perros que han sufrido de peor manera la crueldad humana. Algunas de las áreas que están delimitadas en el santuario fueron inicialmente pensadas en función de ciertas características particulares de los perros o de sus antecedentes, pero también nos explicaron que actualmente, como son muchos, se han mezclado todos con todos en ellas, más que nada por afinidad entre los grupos caninos. En efecto, el instinto animal también tiene afinidades y hay perros que nomás no se tragan entre sí. O, mejor dicho, sí, se tragan entre sí. O lo intentan. Literalmente. Entonces, para evitar peleas, han ido acomodando a los canes en grupos en donde se encuentran rodeados de perros "que les caen bien", que no los agreden, para así formar pequeñas manadas en las que conviven tranquilos. En esa zona de perros maltratados también hay perros de todos los tamaños y aspectos. En esta parte del recorrido volvimos a encontrarnos con historias que nos dan la triste oportunidad de constatar lo animal que puede ser un humano.
Yo debo de confesar que, durante todo el recorrido, mis ojos se llenaron de agua cada diez o veinte pasos. De tristeza, de ternura, de rabia. Pero también de alegría.
Decía, pues, que hubo más historias. Nos contaron la historia de Sinforosa, una perrita mediana, color miel, de una raza que no alcancé a determinar. A ella la llevaron al refugio poco después de un 15 de septiembre. En la noche del grito, algunos niños y muchachos, plenos de fervor patrio y ávidos de celebración, le amarraron cohetes a las patas a Sinforosa, y los encendieron. Tras el estallido de los cohetes en sus patas, quedó claro a los celebrantes que el "vuelo" de la perrita no había estado a la altura de lo que merecen nuestras fiestas patrias. Entonces la arrojaron desde un segundo piso.
De alguna forma, alguien se puso en contacto con la Sra. Ruíz y fueron por ella. Llegó en condiciones lamentables al refugio, con las patas destrozadas y golpes en todo el cuerpo. Pero esa historia nadie podría creerla el día de hoy. Sinforosa corre y juega como ninguna. Su capacidad de recuperación fue tal, que no tiene prácticamente ninguna huella visible de aquella triste noche. Saluda a la gente con una cola que parece plumero y, de cuando en cuando, se tira al suelo para que le rasquen la panza.
Cerca de ella se encuentra Tortillina. Tortillina es una perra Gran Danés blanca, bellísima, impresionante. Ella es un caso especial, ya que no llegó después de haber sido maltratada, ni atacada, afortunadamente. Pero, por alguna razón, es ciega y sorda. Quienes la tenían no encontraron como cuidarla, y la llevaron a Milagros Caninos. Y ahí, ha crecido enorme y orgullosa, como los perros de su raza. Su condición, sin embargo, la hace ser un poco retraída. Los visitantes, algo torpes, le llamábamos: "¡Sshht! ¡Tortillina!", y claro, no había ninguna respuesta. Ella vive en un mundo de olores, sabores y caricias. Lo demás no existe. Hay que acercarse y ofrecerle alimento casi en el hocico, para que pueda olerlo. A ratos, opta por meterse en su casa, si se siente abrumada por el contacto continuo con algo que no vé ni oye. Se asusta un poco cuando la acarician de improviso, porque no lo espera. Pero sigue ahí, viva, simbólica, la gigante blanca del lugar.
En otra sección, encontramos a algunos perritos a los que llaman "los hiperactivos". Son perros de carácter inquieto, que están en esa zona porque se llevan muy bien entre ellos, pero si se salen de ahí arman un reverendo desmadre con los demás. Se meten a todos lados, le buscan bronca a todo mundo y regresan todos mordidos o habiendo mordido a alguien más. Pero en esa área están bien. Los visitantes que entran ahí, deben de hacerlo con cuidado. No porque muerdan. De hecho, hay que dejarlo bien claro, en NINGÚN momento vimos siquiera un conato de mordida a algún humano. Todos fueron muy respetuosos. Lo que sí hacen es brincarte encima, lamerte, buscar la botana. En especial los de esa zona de los hiperactivos. Y si decía que hay que entrar con cuidado es porque a la menor oportunidad se escapan y hay que ir a corretearlos para traerlos de nuevo a su lugar. A esa área la conocen como "el área de Pastel".
La historia de Pastel sirve para explicar el por qué de los registros previos de los autos y las personas que visitan Milagros Caninos. A Pastel lo rescataron de su dueño hace algunos años. La persona que lo tenía (no diré "cuidaba" porque no me parece que fuera así), llegó a la conclusión de que sería una buena idea corregir o aleccionar al animal de un modo muy particular: le sumergió el hocico en ácido.Pastel llegó a Milagros Caninos con el rostro desfigurado. Ahí lo curaron, lo rehabilitaron y volvió a ser un perro casi normal, que podía comer y vivir entre otros perros. Conservó, sin embargo, una cierta agresividad hacia otros perros, que lo llevó a tener un área que compartía con solo unos pocos, a los que toleraba. Un día, llegó una visita guiada al santuario. Después de la visita, Pastel comenzó a estar mal y murió en poco tiempo. El veterinario que lo trató, descubrió que lo habían envenenado. Intencionalmente. Al menos esa es la conclusión a la que llegaron. Desde entonces cuidan muchísimo ese aspecto, buscando registrar a todos los visitantes.
Mas allá de la zona de los perros inquietos, está el área de los "Perros de la Tercera Edad". Es una zona en la que se encuentran perritos que, efectivamente, son de edad avanzada o están en condiciones que dificultan su movilidad. En esa zona se encuentran Huitlacoche y otros más. Al menos a cuatro o cinco de ellos les faltan dos patas. En el refugio les han puesto carritos para permitirles moverse. Es impresionante la manera en la que han logrado adaptarse a estas prótesis algunos de los perritos. A algunos otros les ha sido más difícil. Y sí, también en esta zona están algunos perros más ancianos, de esos a los que ya no les es muy fácil moverse y jugar, pero que igual agradecen la presencia de una palmada cariñosa, de una voz que les hable con ternura.
Un poco más abajo, en otra zona, está el área de los perros que están en tratamiento por cáncer. Así es. Hasta de esto se encarga Milagros Caninos. Y ahí están, dando la pelea contra esa enfermedad a la que los humanos decimos temerle tanto. Y sí, ellos también temen a morir. Pero creo que temen más a no vivir. Por eso se esfuerzan todo el tiempo en comportarse como lo que son, seres plenamente vivos, que encuentran un gusto y un propósito completo en cada día y cada hora que van viviendo. Porque les puede faltar una, dos, o tres patas, pero nunca les faltan las ganas para seguir avanzando.
¡Perdón! Olvidé que, en esta etapa de la visita también tuvo lugar una muy breve y emocionada inauguración de la exposición fotográfica (¡sí! la exposición fotográfica, que supuestamente era a lo único que asistiríamos). Las fotos fueron de Alejandro Briones, que alguna vez fue a Milagros Caninos de visitante, como nosotros, y regresó... y regresó... y siguió volviendo, a verlos, a fotografiarlos. A buscar mostrar, no su sufrimiento, sino su actitud ante la vida. Algunas de las fotos que intento adjuntar a esta nota, son parte de esa exposición. Si quieren compartirlas, les pido atentamente que respeten el derecho de autor, no borrando el nombre del fotógrafo ni alterando las fotografías en forma alguna.
Y bueno, finalmente, en otra zona que ya no recorrimos, se encuentran los burros. Burritos de carga. Viejos. Maltratados. Igualmente torturados. Y ahí también los rehabilitan y los rescatan. El tiempo ya no nos alcanzó para conocer esa vertiente del milagro. Pero sé que no será la última vez que visitemos Milagros Caninos. Entonces ya podré contarles cuántos son, y qué lecciones de vida pueden enseñarnos.
En fin. Creo que es hora de ir concluyendo esto, que ya se extendió de más. Puedo decirles que pasamos un domingo muy hermoso. Nuestros hijos estuvieron encantados de poder conocer, acariciar, alimentar y jugar con tantos y tantos perritos. Y, pese a lo crudo de las imágenes de algunos de los perritos lastimados, creo que ellos entendieron mejor que nadie la importancia de cuidarlos y de protegerlos. Nosotros, los adultos que acudimos, pudimos aprender una serie de lecciones que creo que no olvidaremos. Igualmente, regresamos con un sentimiento de admiración, reconocimiento y deuda con aquellas personas que hacen posible que Milagros Caninos exista. Como sociedad, como grupo humano, debemos mucho a aquellos que se empeñan en este tipo de cruzadas, dignas de un Quijote. Porque son la prueba viviente de que no hay mejor causa que una causa perdida. Porque es aquella de la que no podemos obtener nada que no sea nuestra propia entrega. Porque son esas causas las que nos reivindican con lo verdaderamente humano, que tanto hemos dejado perder. Porque nos permite entender que, tal vez no parezca un logro enorme ayudar a un animal que de todas maneras probablemente muera. Pero, el hacerlo es lo único que nos permite entender que, si se fracasa en el intento, el dolor de su muerte nos servirá para continuar luchando para salvar al que sigue. Y al otro. Y al otro.
Aprendimos, también, que es una ventaja enorme que el ser humano tenga inteligencia y ellos, los perros, no la tengan. Porque entonces, son tan tontos, que ni siquiera han aprendido a guardar rencor. Porque, al parecer el ser inteligente es ese que aprende a guardar rencores, y después los vierte sobre el más débil, sobre el indefenso. Eso les ha pasado a muchos de esos perros, que se convirtieron en el blanco de "la inteligencia" de alguien más, que precisamente por inteligente sabe que no puede enfrentar al más fuerte, y se va contra el más débil. Por algo somos los "reyes de la creación" ¿no?
Una de las frases más usadas entre los que frecuentan Milagros Caninos, y que aparece en algunas de las camisetas que venden, junto con otros recuerdos, para ayudar a allegarse fondos para mantener una causa tan difícil y costosa como esta, es:
"Errar es humano. Perdonar es canino."
Tal vez tenga razón la frase. Pero, si les parece que la frase miente, por favor vayan y pregunten su opinión a Huitlacoche, a Sinforosa, a Manzanilla, a Membrillo y a otros de los habitantes de Milagros Caninos. Tal vez reciban, por toda respuesta, un par de lengüetazos en la mano, un ladrido y el vaivén de una cola. Y sí, eso querrá decir que la frase era cierta. Que ellos nos han perdonado.
Por favor. Vayan y visiten Milagros Caninos. En vivo y en directo. Y, además, en su página. Dejo aquí las ligas, tanto a la página oficial como al Grupo de Facebook. Necesitan ayuda. Están en crisis, como todos nosotros. Son ¡128 perros! Necesitan fondos, necesitan comida, necesitan manos, necesitan voluntades. Sí. Sólo son perros. Pero esos perros siguen teniendo mucho que entregarnos y, ¿quién sabe? tal vez ayudándolos logremos entender, realmente, lo que significa "ser humano".
¡GRACIAS!
P.D. Le agradezco también mucho, muchísimo, a Flor y Eduardo, que nos llevaron a este lugar tan hermoso. Y a mi madre y mi tía Julia, que se aventaron todo el recorrido trabajosa, pero animadamente. Y claro, a mi esposa, que a pesar de no ser una fanática irredenta de los perros (yo sí soy perrero y animalero a morir) acepta y solapa este tipo de actividades que tanto disfruto. Gracias, amor, te adoro siempre. Y claro, a mis hijos, por seguir sorprendiéndose con lo que descubren cada día, y enseñándonos también a sorprendernos cuando creíamos que ya no sabíamos hacerlo.
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