Wednesday, December 14, 2011

GINGER


Ginger provino de un asteroide cuyo nombre desconocemos. Dije "provino". No "nació en". Simplemente provino de allá.

Llegó aquí desnuda, como debe de llegar todo viajero que viene de lejos. Cualquiera que viaje largamente llevando consigo algo más que los párpados, está cargando demasiado. Incluso éstos, los párpados, podrían dejarse y mandarlos a traer después con algún ave de rapiña, si acaso fuesen demasiado pesados; pero es recomendable llevarlos porque son buenos para guardar la luz dentro del ojo y continuar bebiéndola por un rato aún cuando ya se ha ido. Bebernos la luz es algo que con frecuencia olvidamos hacer aquí en la Tierra.

Decíamos, pues, que Ginger viajó.

Ella no visitó reyes, ni vanidosos, ni bebedores, ni hombres de negocios, ni faroleros, ni geógrafos, en su camino del asteroide a la Tierra. Eso ya lo había hecho antes alguien más pequeño y más grande. El aterrizaje en la Tierra fue, como lo es para cualquiera, algo rudo, y por el golpe se le deformó un poco la tristeza. Pero fuera de eso podríamos considerar su viaje como bastante tranquilo y placentero.

Llegó y se quedó a vivir con una familia que también venía de lejos, aunque en realidad sólo habían viajado dentro del mismo planeta. Sin embargo, las distancias dentro de este planeta nuestro, por alguna extraña razón, suelen ser mucho mayores que las que hay en el espacio. Ginger los quería profundamente; aunque a ella, a veces, le parecían bastante marcianos, a pesar de ser sólo terrícolas. Cosa rara, dado lo simples que solemos ser.

Y Ginger se volvió, así, un animal terrestre.

...


Capturar la luz. Esa fue una de las cosas más importantes que aprendió Ginger al llegar a la Tierra. Como ya antes dijimos, ella sabía ya cómo beberse la luz dentro de los párpados, sin apuros, lentamente, asumiendo por completo las consecuencias de tragarla, que no son pocas. Pero esto es sólo un acto que todo ser sintiente debe realizar de manera recurrente. No dije "ser sensible" ni "ser sensitivo", simplemente "sintiente", aunque Word se empeñe en corregirme. Ser alguien que sólo es "pensante" nunca será lo mismo. Pero volvamos al tema, y digamos que lo siguiente que aprendió a hacer Ginger fue a capturar la luz, más allá de sólo beberla. Películas, cámaras, flashes y esas cosas se le volvieron accesorios habituales en la vida. Ginger se sorprendía muchas veces del poco aprecio que muestran los humanos ante el milagro de capturar la luz ¡los pobres solían verlo como un hobby y no como un destino! Después llegó la era digital, que le permitió a Ginger ejercer divertimientos de luz a un costo más reducido. Siempre es bueno tener en cuenta los costos, aún cuando se trate de esa inexistencia conocida como "dinero".

Y Ginger se divertía.

Se sacaba fotos desnuda porque así podía recordar cómo llegó aquí. Casi siempre (no siempre) es bueno recordar el cómo llegó uno al lugar donde se encuentra. Y con "el cómo" me refiero no sólo al medio, sino a la condición en la que uno llegó. La llegología es casi tan importante como la teleología o la escatología, y francamente preferible.

Pero su experiencia en la captura de luz no terminó ahí. Muy pronto descubrió el cine, que no es la captura de la luz en movimiento, sino el movimiento que logra, por momentos, capturar a la luz. Algunos lo consideran sólo un efecto visual logrado por la dificultad del ojo humano para captar el rápido cambio de los fotogramas en un rollo cinematográfico proyectado en medio de la oscuridad. Pero no es tan simple, ni tampoco tan complejo, como lo es un mero efecto visual.

El cine provocaba en Ginger lo que debiera provocar en todos: adicción. Sentarse en un cuarto oscuro en medio de desconocidos debería ser considerado algo bastante perverso, casi parecido a una orgía. Nada más haría falta estar desnudos, que es un detalle menor. Y entonces, sólo cuando a la sala se le vierte bastante oscuridad y se agrega algo de silencio hasta llenarla por completo... comienza a fluir la luz. Pero no es la luz que sale del proyector mientras pasan fotos y fotos delante de un foco de gran intensidad. No. Es la luz que va liberando el movimiento de la pantalla al ser impactada por cada fotograma. A este movimiento luminorreico se le añaden matices y contrastes provocados por la respiración de los presentes, las lágrimas cayendo, las carcajadas feas de las señoras gordas, los orgasmos y humedades de los amantes que no ven la película, pero que la sienten como cómplice de su arrebato. Es el movimiento de la actriz que se llevó algo de luz entre los dedos y ahora la deja caer sobre un presunto asesino. Es el movimiento casi imperceptible del aire que expulsó el director al decir "acción", dirigiendo su voz al set. Sí, lo editan, pero algo queda e influye.

Una película jamás es igual, ya que depende mucho de ante quién, en dónde y a qué hora se proyecta. Como el gato de Schröedinger, lo observado es modificado por el observador, de una manera que podríamos calificar casi como irremediable y, sin duda, muy hermosa. Es siempre la creación de un entorno que no se guarda nada y libera casi todo. El celuloide nos viene gritando muchas cosas, aún desde que era mudo.

Y eso a Ginger la fascinó.

El cine le creó y re-creó el mundo tantas veces, que se le alació un poco la pasión que solía crecerle por encima del cuello. Ahora, hay que decir que su condición de extraterrestre (ahora terrestre) le provocaba -entre curiosidades como la imposibilidad de tomar café o darse el enorme placer de adquirir un gran cáncer en pleno pulmón a través del cigarro-, un efecto extraño directamente ligado al séptimo arte (que ni es el séptimo ni es solamente arte): Ginger amanecía empapada de cine.

No siempre y no con cada película. Solía ocurrir cuando se sometía a sesiones de cine demasiado intensas y prolongadas. Se dio cuenta de esta condición una mañana, después de pasar la tarde y parte de la noche anterior viendo 3 ó 4 películas de acción hollywoodense (aunque el cine de "la meca del cine" nunca la convenció demasiado, a veces lo veía porque siempre es un buen vehículo para vaciar el cerebro) y amaneció cubierta de un intenso, verdaderamente intenso olor a pólvora. Varios fragmentos de automóviles muy caros destrozados por choques y explosiones, que le rodeaban entre las sábanas aquella mañana, le dieron la pista de que todo era producto de las películas que había estado viendo la tarde anterior. Durante el día no encontró a nadie que no le dijera, aunque fuera cortés y amablemente, lo mucho que olía a pólvora, lo cual la convenció de que no todo eran alucinaciones suyas.

A partir de entonces procuró cuidarse un poco más de lo que veía y de la cantidad de películas que presenciaba en una sola tarde o noche. Moderó de manera especial sus sesiones de cine gore y cine porno. La idea de amanecer cubierta de litros y litros de sangre -por el gore-, o de cualquier otro fluído -por el porno-, no le atraía demasiado. Sin embargo, alguna vez le dio por experimentar con algunos otros géneros o haciendo combinaciones tutti-frutti para ver qué era lo que le ocurría al día siguiente. Sus resultados fueron varios, que iban de lo divertido a lo terrible. Lo que obtuvo de estos experimentos, lo guardó para ella sola y únicamente sabemos que una vez amaneció con la almohada empapada en lágrimas después de ver mucho cine francés.

Sólo en una ocasión vomitó cine, pero fue por que era cine hindú y esos sí que producen demasiadas películas.

Una mañana, sin previo aviso, amaneció cubierta de frío y oliendo a algo diferente. Y no, no olía al hombre que se había vaciado una y otra vez encima de ella, dentro de ella, por culpa de ella, la noche anterior, tragándola, mimándola, azotándola, explorándola y arrancándole el aire. Porque a veces Ginger, como todos, amaba, y amaba como nadie. Pero no olía a él, que se había ido ya. Olía a algo más, y el día anterior no había ido a ningún cine.

Después de un rato, sentada desnuda en la cama, entendió que estaba oliendo a despedida.

Estaba empapada de adioses sin hasta luegos.

Y fue entonces cuando supo que tenía que viajar a la Luna. No era un destino fatal sino un dulce abandono, el que había descubierto en ese olor. El viaje era, pues, inevitable. Pero ahora desconocía cómo había llegado del asteroide hasta aquí. No dije "no recordaba cómo" ni "había olvidado de qué forma", simplemente desconocía la manera exacta en la que había iniciado su viaje a la Tierra.

La Luna, eso sí lo sabía, era ahora su destino.

Pensó que el hecho de empaparse de cine le ayudaría a poder iniciar su viaje. Pero no son muchas las películas dedicadas a la Luna, y el hecho de que siempre aparezcan otras cosas relativas a la trama y no solamente la Luna, las hacía peligrosas, ya que Ginger no podía saber si amanecería cubierta con un traje espacial con letreros de "NASA" por todos lados, o acompañada de alguna bicicleta en la cama, como la que usara el pobre y patético E.T. hace ya más de 20 años. Eso sí, nadie puede negar que él E.T- y Elliot, pasaron bien enfrente de la luna llena llena (estaba "llena llena", no sólo "llena", aunque Word se empeñe en corregirme). Sin embargo, ningún extraterrestre cinematográfico era en verdad confiable, ya que muy pocos han sido reales.

Dejó a un lado el cine de fantasía y ciencia ficción, e intentó ver por varias horas seguidas somníferos documentales de National Geographic y Discovery Channel, acerca de la Luna. Sabía que ver películas en casa nunca le traía el mismo efecto que verlas en el cine. Sin embargo, descubrió que en casa podía lograr resultados parecidos aumentando el tiempo de exposición, y ello le ayudó a encontrar uno que otro dato interesante.

Desgraciadamente, a lo más que llegó fue a despertar cubierta de un polvo gris muy ligero que permanecía flotando por horas en su habitación cuando ella lo sacudía de su ropa, su cama y su piel. Una vez logró despertar abrazando una roca que parecía ser de la luna, pero no podía estar segura de que era, efectivamente, selenita. Y no volvió a repetir el método que la hizo despertar abrazando a la roca, gris y fría. A casi ningún humano, ni a ningún extraterrestre, le gusta despertar abrazando algo que carece de tibieza.

Un tanto desencantada por lo poco que había avanzado en su intento de partir, trató de leer un poco. Datos sobre la Luna, datos sobre cohetes, informes de las condiciones de enrolamiento en la NASA, la ESA, la AQUELLA y otras agencias espaciales de países tercermundistas que prometían mucho en el futuro, pero que por el momento sólo ofrecían sacar satélites artificiales a una órbita cercana, o vendían bonitas acuarelas de soles y saturnos.


...


Y entonces, casi por accidente, tropezó con la poesía. No sabemos con cuál de tantos idiotas que han escrito sobre la Luna se topó Ginger, pero sabemos que en ese momento encontró la respuesta. La poesía le iba a dar el vehículo ideal para su viaje.

Y no, no era que leyendo mucha poesía amaneciera empapada de ella, ya que eso no le ocurría a los extraterrestres de su clase. Pero ella entendió lo que tenía que hacer, y se puso a trabajar en ello. Primero, claro, tenía que conseguir algo de dinero. Esto suele ser, como ya lo dije o aún si no lo he dicho, un mal necesario en la Tierra. Sin embargo Ginger contaba con el bonito e infantil don de poder hablar con los animales. Y no, no con palabras sino, ahora sí como ya lo dije, como lo hacen lo niños: tocando, temiendo, abrazando y curando a los animales a base de palabras y alimentos que se les dan directamente en el hocico. Nadie abraza a un perro como lo hace un niño, ni nadie se emociona de ver como las palomas comen de su mano como lo hace una niña pequeña. Y así empezó a hablarles Ginger a diversos animales. Sabía que había gente que le pagaría por ello, haciendo sentir mejor a animalitos que estúpidamente consideraban suyos. La idea de poseer algo vivo es una de las más antiguas y graves taras del ser humano. Algunos, más tontamente aún, le llamarían "Médica Veterinaria Zootecnista" en un afán de titular lo intitulable (aunque Word se empeñe en corregirme).

Y una vez que tuvo dinero, se puso a conseguir libros, algunos comprados, otros prestados en bibliotecas o con amigos, aunque siga siendo un delito prestar un libro. Y comenzó a filmar páginas de poesía, con una cámara que rentó buscando en la Sección Amarilla. O en algún directorio de cine, de esos como "El ½" o algún otro. Y así, encontraba algún poema sobre la Luna, y lo filmaba. Después otro, sobre el amor y el olvido, y también lo filmaba. Capturó de igual forma, en su rollo cinematográfico, 2 ó 3 capítulos de un libro llamado "La importancia histórica del consenso verbal en el Derecho escrito", por si necesitaba dormir durante el viaje. Pero casi no incluyó nada que no fuera poesía: Luis de Camoens, Pessoa, Byron, Kipling, Lope de Vega, Neruda, Sabines, Sabina, Mistral, Borges, Rimbaud, Altazor, Baudelaire, Quevedo, García Lorca, Serrat, Cerruto, Girondo, Schiller, Paz, Huerta, Sor Juana, Tagore, Alighieri, Ibn Hazm, De la mora de la peña, Benedetti todos ellos y otros más desfilaron ante su lente. También filmó a una pareja ancianos que se besaban como si no tuvieran la muerte a sus espaldas. Y también, a un niño muy pequeño que cortaba una flor

La técnica era, eso sí, depurada, exacta, metódica. Teniendo en cuenta que cada segundo pasan 24 fotogramas, calculaba el tiempo que debería filmar cada poema y cada texto, y contaba los fotogramas que tenía disponibles en el rollo. Calculaba bien para evitar tener que hacer ediciones posteriores o cortes que dificultaran la lectura. Al final, tuvo la película más hermosa que se haya hecho en la Tierra para viajar a la Luna. Tal vez no se hayan hecho muchas, pero esta era, sin duda, la más hermosa. Cada poema podía ser leído a buen tiempo, sin aburrirse en una página, sin tener que apresurarse como rezando un rosario en alguna otra. Cada una tenía su tiempo, y había tenido mucho cuidado de grabar en sonido THX aquellos poemas en los que había necesidad de cambiar la página. Casi siempre subestimamos la incomparable importancia que tiene el escuchar el cambio de página en un libro, lo sensual que resulta ese sonido, que no es otra cosa que una promesa de que lo bueno y lo malo continúa, expresada en el más puro lenguaje literario, y literal.

La postproducción fue mínima, y sólo incluyó el revelado y el pegado de los tres rollos y medio, en uno solo. Esto lo hizo en un estudio profesional, ya que hay cosas que es bueno dejarlas a los profesionales, aunque la idea sea de un genial amateur. Aparte, un verdadero profesional no hace preguntas y eso a ella la hacía sentir muy cómoda. Los profesionales son esos hombres y mujeres que, afortunadamente, no se interesan por el cliente, sino por el trabajo.

Y así llegó el día en el que vería su obra. Salió justo después de comer temprano, un día cualquiera de octubre, y se dirigió a su Cinemex favorito, en donde se había ligado a un ente que ella llamaba "el cinemecito". Dejó encargados con otros extraterrestres amables a sus más queridos animales y llegó radiante y feliz al cine. Había prometido al "cinemecito" que, si la dejaba proyectar las siete horas y media de película, ella se desnudaría en la sala, y el tipo también esperaba el momento muy feliz, a pesar de los muchos apuros que había pasado para conseguir que una sala permaneciera cerrada por tanto tiempo. Al final, el cinemecito logró convencer al gerente de que había cuatro gatos apareándose detrás de la pantalla y que eso no les gustaría a los clientes, en especial porque la película programada para exhibirse en esa sala era un filme sacro-gore llamado La Pasión de Cristo. Las señoras piadosas no podrían ver el torrente de sangre y sentir remorder a gusto su no-absuelta-conciencia, si había una linda y felina orgía incitándoles a mirar hacia otro lado. Consciente de esto, y del derecho inalienable de los gatos a aparearse en los cines (de ahí los letreros de "Prohibido entrar con mascotas"), el ejecutivo, gerente, supervisor o lo que sea, accedió a cerrar la sala y compensar a las señoras piadosas dándoles pases gratuitos que la mayoría utilizarían después (secretamente, claro) para ver "Bajos Instintos: El Regreso".

Así que Ginger llegó a la sala, se desnudó, y por fin pudo leer su gran película.


Después de eso, como usted lector, como yo, como nosotros lo esperábamos, nadie más la volvió a ver. Alguno me dijo que la vio irse apretando dos lágrimas en la mano izquierda. Otro más me dijo que su extraña sonrisa flotó un poco más arriba que su cuerpo, para después desaparecer.

Yo les creo, por que es una imagen muy tierna, muy dulce, y tiene el sabor que tiene un pedazo de vidrio en la lengua.

Y hay que creerles, porque sólo así puede haber viajado quien llegó aquí desnuda, como debe de llegar todo viajero que viene de lejos.



*Este es un cuento que escribí hace ya mucho, mucho tiempo, pero siempre me ha gustado mucho.

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