Ginger provino de un asteroide cuyo nombre desconocemos. Dije "provino". No "nació en". Simplemente provino de allá.
Llegó aquí desnuda, como debe de llegar todo viajero que viene de lejos. Cualquiera que viaje largamente llevando consigo algo más que los párpados, está cargando demasiado. Incluso éstos, los párpados, podrían dejarse y mandarlos a traer después con algún ave de rapiña, si acaso fuesen demasiado pesados; pero es recomendable llevarlos porque son buenos para guardar la luz dentro del ojo y continuar bebiéndola por un rato aún cuando ya se ha ido. Bebernos la luz es algo que con frecuencia olvidamos hacer aquí en la Tierra.
Decíamos, pues, que Ginger viajó.
Ella no visitó reyes, ni vanidosos, ni bebedores, ni hombres de negocios, ni faroleros, ni geógrafos, en su camino del asteroide a
Llegó y se quedó a vivir con una familia que también venía de lejos, aunque en realidad sólo habían viajado dentro del mismo planeta. Sin embargo, las distancias dentro de este planeta nuestro, por alguna extraña razón, suelen ser mucho mayores que las que hay en el espacio. Ginger los quería profundamente; aunque a ella, a veces, le parecían bastante marcianos, a pesar de ser sólo terrícolas. Cosa rara, dado lo simples que solemos ser.
Y Ginger se volvió, así, un animal terrestre.
...
Capturar
Y Ginger se divertía.
Se sacaba fotos desnuda porque así podía recordar cómo llegó aquí. Casi siempre (no siempre) es bueno recordar el cómo llegó uno al lugar donde se encuentra. Y con "el cómo" me refiero no sólo al medio, sino a la condición en la que uno llegó. La llegología es casi tan importante como la teleología o la escatología, y francamente preferible.
Pero su experiencia en la captura de luz no terminó ahí. Muy pronto descubrió el cine, que no es la captura de la luz en movimiento, sino el movimiento que logra, por momentos, capturar a
El cine provocaba en Ginger lo que debiera provocar en todos: adicción. Sentarse en un cuarto oscuro en medio de desconocidos debería ser considerado algo bastante perverso, casi parecido a una orgía. Nada más haría falta estar desnudos, que es un detalle menor. Y entonces, sólo cuando a la sala se le vierte bastante oscuridad y se agrega algo de silencio hasta llenarla por completo... comienza a fluir
Una película jamás es igual, ya que depende mucho de ante quién, en dónde y a qué hora se proyecta. Como el gato de Schröedinger, lo observado es modificado por el observador, de una manera que podríamos calificar casi como irremediable y, sin duda, muy hermosa. Es siempre la creación de un entorno que no se guarda nada y libera casi todo. El celuloide nos viene gritando muchas cosas, aún desde que era mudo.
Y eso a Ginger la fascinó.
El cine le creó y re-creó el mundo tantas veces, que se le alació un poco la pasión que solía crecerle por encima del cuello. Ahora, hay que decir que su condición de extraterrestre (ahora terrestre) le provocaba -entre curiosidades como la imposibilidad de tomar café o darse el enorme placer de adquirir un gran cáncer en pleno pulmón a través del cigarro-, un efecto extraño directamente ligado al séptimo arte (que ni es el séptimo ni es solamente arte): Ginger amanecía empapada de cine.
No siempre y no con cada película. Solía ocurrir cuando se sometía a sesiones de cine demasiado intensas y prolongadas. Se dio cuenta de esta condición una mañana, después de pasar la tarde y parte de la noche anterior viendo 3 ó 4 películas de acción hollywoodense (aunque el cine de "la meca del cine" nunca la convenció demasiado, a veces lo veía porque siempre es un buen vehículo para vaciar el cerebro) y amaneció cubierta de un intenso, verdaderamente intenso olor a pólvora. Varios fragmentos de automóviles muy caros destrozados por choques y explosiones, que le rodeaban entre las sábanas aquella mañana, le dieron la pista de que todo era producto de las películas que había estado viendo la tarde anterior. Durante el día no encontró a nadie que no le dijera, aunque fuera cortés y amablemente, lo mucho que olía a pólvora, lo cual la convenció de que no todo eran alucinaciones suyas.
A partir de entonces procuró cuidarse un poco más de lo que veía y de la cantidad de películas que presenciaba en una sola tarde o noche. Moderó de manera especial sus sesiones de cine gore y cine porno. La idea de amanecer cubierta de litros y litros de sangre -por el gore-, o de cualquier otro fluído -por el porno-, no le atraía demasiado. Sin embargo, alguna vez le dio por experimentar con algunos otros géneros o haciendo combinaciones tutti-frutti para ver qué era lo que le ocurría al día siguiente. Sus resultados fueron varios, que iban de lo divertido a lo terrible. Lo que obtuvo de estos experimentos, lo guardó para ella sola y únicamente sabemos que una vez amaneció con la almohada empapada en lágrimas después de ver mucho cine francés.
Sólo en una ocasión vomitó cine, pero fue por que era cine hindú y esos sí que producen demasiadas películas.
Una mañana, sin previo aviso, amaneció cubierta de frío y oliendo a algo diferente. Y no, no olía al hombre que se había vaciado una y otra vez encima de ella, dentro de ella, por culpa de ella, la noche anterior, tragándola, mimándola, azotándola, explorándola y arrancándole el aire. Porque a veces Ginger, como todos, amaba, y amaba como nadie. Pero no olía a él, que se había ido ya. Olía a algo más, y el día anterior no había ido a ningún cine.
Después de un rato, sentada desnuda en la cama, entendió que estaba oliendo a despedida.
Estaba empapada de adioses sin hasta luegos.
Y fue entonces cuando supo que tenía que viajar a
La Luna, eso sí lo sabía, era ahora su destino.
Pensó que el hecho de empaparse de cine le ayudaría a poder iniciar su viaje. Pero no son muchas las películas dedicadas a la Luna, y el hecho de que siempre aparezcan otras cosas relativas a la trama y no solamente la Luna, las hacía peligrosas, ya que Ginger no podía saber si amanecería cubierta con un traje espacial con letreros de "NASA" por todos lados, o acompañada de alguna bicicleta en la cama, como la que usara el pobre y patético E.T. hace ya más de 20 años. Eso sí, nadie puede negar que él E.T- y Elliot, pasaron bien enfrente de la luna llena llena (estaba "llena llena", no sólo "llena", aunque Word se empeñe en corregirme). Sin embargo, ningún extraterrestre cinematográfico era en verdad confiable, ya que muy pocos han sido reales.
Dejó a un lado el cine de fantasía y ciencia ficción, e intentó ver por varias horas seguidas somníferos documentales de National Geographic y Discovery Channel, acerca de
Desgraciadamente, a lo más que llegó fue a despertar cubierta de un polvo gris muy ligero que permanecía flotando por horas en su habitación cuando ella lo sacudía de su ropa, su cama y su piel. Una vez logró despertar abrazando una roca que parecía ser de la luna, pero no podía estar segura de que era, efectivamente, selenita. Y no volvió a repetir el método que la hizo despertar abrazando a la roca, gris y fría. A casi ningún humano, ni a ningún extraterrestre, le gusta despertar abrazando algo que carece de tibieza.
Un tanto desencantada por lo poco que había avanzado en su intento de partir, trató de leer un poco. Datos sobre la Luna, datos sobre cohetes, informes de las condiciones de enrolamiento en la NASA, la ESA, la AQUELLA y otras agencias espaciales de países tercermundistas que prometían mucho en el futuro, pero que por el momento sólo ofrecían sacar satélites artificiales a una órbita cercana, o vendían bonitas acuarelas de soles y saturnos.
...
Y entonces, casi por accidente, tropezó con
Y no, no era que leyendo mucha poesía amaneciera empapada de ella, ya que eso no le ocurría a los extraterrestres de su clase. Pero ella entendió lo que tenía que hacer, y se puso a trabajar en ello. Primero, claro, tenía que conseguir algo de dinero. Esto suele ser, como ya lo dije o aún si no lo he dicho, un mal necesario en
Y una vez que tuvo dinero, se puso a conseguir libros, algunos comprados, otros prestados en bibliotecas o con amigos, aunque siga siendo un delito prestar un libro. Y comenzó a filmar páginas de poesía, con una cámara que rentó buscando en
La técnica era, eso sí, depurada, exacta, metódica. Teniendo en cuenta que cada segundo pasan 24 fotogramas, calculaba el tiempo que debería filmar cada poema y cada texto, y contaba los fotogramas que tenía disponibles en el rollo. Calculaba bien para evitar tener que hacer ediciones posteriores o cortes que dificultaran
La postproducción fue mínima, y sólo incluyó el revelado y el pegado de los tres rollos y medio, en uno solo. Esto lo hizo en un estudio profesional, ya que hay cosas que es bueno dejarlas a los profesionales, aunque la idea sea de un genial amateur. Aparte, un verdadero profesional no hace preguntas y eso a ella la hacía sentir muy cómoda. Los profesionales son esos hombres y mujeres que, afortunadamente, no se interesan por el cliente, sino por el trabajo.
Y así llegó el día en el que vería su obra. Salió justo después de comer temprano, un día cualquiera de octubre, y se dirigió a su Cinemex favorito, en donde se había ligado a un ente que ella llamaba "el cinemecito". Dejó encargados con otros extraterrestres amables a sus más queridos animales y llegó radiante y feliz al cine. Había prometido al "cinemecito" que, si la dejaba proyectar las siete horas y media de película, ella se desnudaría en la sala, y el tipo también esperaba el momento muy feliz, a pesar de los muchos apuros que había pasado para conseguir que una sala permaneciera cerrada por tanto tiempo. Al final, el cinemecito logró convencer al gerente de que había cuatro gatos apareándose detrás de la pantalla y que eso no les gustaría a los clientes, en especial porque la película programada para exhibirse en esa sala era un filme sacro-gore llamado La Pasión de Cristo. Las señoras piadosas no podrían ver el torrente de sangre y sentir remorder a gusto su no-absuelta-conciencia, si había una linda y felina orgía incitándoles a mirar hacia otro lado. Consciente de esto, y del derecho inalienable de los gatos a aparearse en los cines (de ahí los letreros de "Prohibido entrar con mascotas"), el ejecutivo, gerente, supervisor o lo que sea, accedió a cerrar la sala y compensar a las señoras piadosas dándoles pases gratuitos que la mayoría utilizarían después (secretamente, claro) para ver "Bajos Instintos: El Regreso".
Así que Ginger llegó a la sala, se desnudó, y por fin pudo leer su gran película.
Después de eso, como usted lector, como yo, como nosotros lo esperábamos, nadie más la volvió a ver. Alguno me dijo que la vio irse apretando dos lágrimas en la mano izquierda. Otro más me dijo que su extraña sonrisa flotó un poco más arriba que su cuerpo, para después desaparecer.
Yo les creo, por que es una imagen muy tierna, muy dulce, y tiene el sabor que tiene un pedazo de vidrio en la lengua.
Y hay que creerles, porque sólo así puede haber viajado quien llegó aquí desnuda, como debe de llegar todo viajero que viene de lejos.
*Este es un cuento que escribí hace ya mucho, mucho tiempo, pero siempre me ha gustado mucho.
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